La falsificación de la realidad La Argentina en el espacio geopolítico del terrorismo judío
Por Norberto Ceresole
Índice - Introducción - Capítulo 1º - Capítulo 2º - Capítulo 3º - Capítulo 4ºCapítulo 5º - Capítulo 6º - Capítulo 7º - Anexo al Capítulo 7º - Epílogo
Introducción yestructura general del libro
"Nuestras ideas científicas valen en la medida en que nos hayamos sentido perdidos ante una cuestión, en que hayamos visto bien su carácter problemático y comprendamos que no podemos apoyarnos en ideas recibidas, en recetas, en lemas ni vocablos. El que descubre una nueva verdad científica tuvo antes que triturar casi todo lo que había aprendido y llega a esa nueva verdad con las manos sangrientas por haber yugulado innumerables lugares comunes"
José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas
Este libro es el primer volumen de un largo viaje en tres dimensiones. En la dimensión geográfica comienza en el lejano sur, en Buenos Aires, y llega hasta el Asia Central, pasando por el Oriente Medio y Europa. Finalmente habrá un retorno a la Argentina, cuya crisis, al final del viaje, queda iluminada de manera muy distinta a como lo había estado antes. En la dimensión temporal el viaje dura unos cuatro años, contando desde el segundo atentado terrorista de Buenos Aires (18 de julio de 1994, AMIA) hasta la terminación de este libro. Quedan en el camino, por así decirlo, tres libros anteriores, tres ensayos previos que condujeron finalmente al presente volumen, Terrorismo fundamentalista judío (1996); El Nacional Judaísmo (1997) y España y los judíos (1997).
En la dimensión intelectual yo, el viajero, tuve que procesar informaciones, sentimientos y conocimientos cuya existencia simplemente ignoraba al comenzar el viaje. Para dar un ejemplo, mi toma de contacto con la literatura revisionista francesa y de otros países occidentales se produce recién en enero de 1998. Una parte importante de este trabajo ya estaba terminada para esas fechas, incluidas las críticas al libro de Roger Garaudy Los mitos fundadores de la política israelí. Mi conexión con el revisionismo, en especial el francés, y con la obra de Robert Faurisson, si bien es tardía, no por ello dejó de ser eficaz, ya que he encontrado, casi al final del camino, un fundamento sólido y una importante continuidad entre mi propio pensamiento y la obra del revisionismo. Es mi evolución intelectual personal lo que me hace aceptar lo substancial de la metodología del revisionismo. Ella justifica y explica, a nivel científico, muchas ideas que originalmente nacieron en mí como intuiciones que se fueron desarrollando a partir del estudio de un caso concreto -y no teórico- de terrorismo judío.
Por ello puedo afirmar con absoluta convicción que mi percepción del mundo es hoy totalmente distinta a la que tenía al comenzar el viaje. Casi todo lo tuve que hacer a gran velocidad porque una parte significativa de esta investigación se hizo sobre el terreno -especialmente en el Oriente Medio- y al ritmo de los acontecimientos cotidianos. Las sorpresas en el plano teórico fueron innumerables. En cada momento fue necesario quedarme un tiempo en algunas de las estaciones del recorrido: en Moscú, en Berlín, en Beirut, en Damasco, pero sobre todo en París y Madrid. Fueron los momentos de reflexión y de lecturas. Este libro presenta, en ese sentido, una importante cantidad de bibliografía: casi toda ella fue analizada -en verdad, visceralmente pulverizada- durante el viaje, propiamente dicho. Gran parte de mis conocimientos anteriores, trabajosamente elaborados a lo largo de toda mi vida, eran inadecuados o simplemente no servían para el objeto de este estudio (ya no sirven para el conocimiento del mundo).
La confluencia entre nuevas experiencias políticas concretas y nuevas lecturas, que iban surgiendo como "lecturas obligatorias" durante el mismo viaje, y que eran absolutamente vitales para explicar algunas de las nuevas vivencias, no sólo reestructuraron completamente mi Weltanschauung incial. Esa confluencia produjo en mí la convicción de que toda mi vida anterior había sido "otra vida"; que mis luchas y búsquedas anteriores habían sido relativamente fáciles; que mis enemigos anteriores fueron relativamente dulces. Había vivido 50 años sin saber que aún no había llegado la experiencia decisiva, a pesar de que esa vida anterior no había sido precisamente una vida vacía. Estuvo llena de luchas y de reflexiones. Sin embargo aún no había pasado por la prueba excepcional, "aquella que las organizaciones judías imponen a los individuos que tienen la desgracia de provocar su cólera (esas organizaciones para las cuales) "el complot y la conjura no son más que reflejos ancestrales", esas organizaciones que tienen un poder destructivo inmenso hoy en el mundo; un poder que va desde lo financiero hasta lo militar, pero que es sobre todo cultural y, antes que nada, teológico. El Antiguo Testamento es una fuente inagotable de odio y de crueldad, "ansioso, febril, frenético, ilimitado; sofoca a sus víctimas por la sorpresa y la dureza de su violencia" (Robert Faurisson).
Mi investigación sobre los atentados terroristas de Buenos Aires comenzó en 1994, pocos días después de la segunda explosión, con el ritmo de una encuesta sociológica normal. De una manera muy concreta yo, en aquel momento, no tenía conciencia en absoluto de la existencia de la "cuestión judía", no sabía, por así decirlo, que los judíos en el mundo constituían un parámetro esencial para la comprensión de la realidad del mundo. Con esto quiero decir que había cumplido cincuenta años de una vida política que consideraba plena de acontecimientos y de vivencias, desconociendo completamente el acontecimiento y el problema central del mundo occidental. Es muy distinto estar en el mundo pensando que la contradicción principal es, por ejemplo, "pobres versus ricos", o "periferia versus centro", que estar en el mundo sabiendo que la cuestión judía es la categoría que determina todos los otros niveles de la actividad política y social. No sólo sabiéndolo, claro, sino actuando en consecuencia.
Este libro, de manera natural, es muy diferente a los textos cautelosos de Roger Garaudy, que limita su obra a la "política" israelí y no la relaciona con el Estado judío; que acota la crítica al "perverso sionismo", como si existiera un judaísmo con "rostro humano". Cuando comencé la primera investigación que dio origen a este libro yo era una persona que creía que había pasado por experiencias límites, es decir, de alto riesgo. Pero, aunque parezca increíble, no tenía conciencia en absoluto de la "diferenciación judía". Nunca había visto el "problema judío". A lo sumo me había enfrentado con la "cuestión sionista" en Palestina.
A partir de mi singladura por el mundo judío, primero, y por las lúgubres entrañas del terrorismo judío, después, los judíos, los judaizantes y los judaizados, comenzaron a estigmatizarme. Yo afirmo que he vivido más de cincuenta años sin tener ni una molécula de antisemistismo. Es más, sin saber ni querer distinguir a un judío de un no judío: ¡tan internalizado tenía el tema de la igualdad a partir de la actividad revolucionaria! Pero ahora, al final del viaje, la situación es muy diferente. Rechazo el concepto "antisemita" por considerarlo anticuado y eurocéntrico. Pero veo al judaísmo tal cual como lo vio siempre el cristianismo tradicional. Con el agravante que desde la fundación del Estado de Israel, el judío es, además, un pueblo genocida. El "crimen contra la humanidad" cometido por los judíos en Canaán (Libro de Josué) está señalado como un deber divino en el "libro sagrado". Y hoy, ante la falacia del "plan de paz", la misma historia se repite con exactitud milimétrica.
El caso del terrorismo judío en la Argentina es la demostración más evidente de la existencia de un grupo destructor que siempre se disfrazó de víctima. No hay diferencias metodológicas esenciales entre el Mito del Éxodo y el Mito del "Holocausto". En ambos es posible determinar, simplemente, dos conspiraciones judías. Dos falsificaciones de la realidad.
En esa línea, lo importante de lo sucedido en la Argentina es que se trata de una situación sin salida para ninguno de los actores, que son básicamente tres: comunidad judía residente en la Argentina, gobierno argentino y sociedad argentina. Cada día que pasa es más difícil falsificar y sustituir la realidad. Los judíos no pueden encontrar un grupo terrorista sustituto, alguien que se autoinculpe o al que se pueda inculpar de terrorista; por lo tanto acusan al gobierno de complicidad con el "terrorista inexistente". El gobierno, por su parte, no puede acusar a los judíos de terroristas, porque todo su proyecto de "globalización y de apertura económica" descansa en un "alineamiento automático" con los EUA: lo que equivale a decir que el lobby judío-norteamericano (el gobierno del mundo) tiene una enorme capacidad de decisión dentro del país de los argentinos. Por su parte la sociedad argentina no podrá seguir viviendo con la comunidad judía allí residente. Los agravios recibidos ya no se pueden remediar. Ya no hay lugar, en la Argentina, para que los argentinos puedan seguir conviviendo con los residentes judíos en la Argentina, al menos con los residentes judíos organizados en función de parámetros impuestos por el Estado de Israel y el lobby judío-norteamericano. Este es el círculo que viene girando desde hace seis y cuatro años, respectivamente. Y seguirá girando hasta que se produzca una alteración dramática en la estructura de las relaciones internacionales, que muy probablemente se inicie en el Oriente Medio. El Terrorista Inexistente es el islamismo quien, según los judíos, se ha asociado con los "nazis" indígenas: las "gentes de la tierra". Es decir, el Estado de Israel señala a su enemigo, y no al autor de un acto terrorista. Los intelectuales judíos europeos y norteamericanos han construido imágenes espeluznantes del "terrorismo islámico". Pero recordemos que en el mundo de hoy hay mil trescientos millones de musulmanes y menos de 20 millones de judíos. Y que también dentro de los EUA los musulmanes ya superan en número a los protestantes episcopalianos (Fuente: Samuel P. Huntington, Intereses exteriores y unidad nacional, Foreign Affairs-Política Exterior, enero-febrero de 1997).
Pero la irresolubilidad del "caso argentino" (los judíos están condenados a incrementar las agresiones sobre el país hasta que aparezca el "culpable" que ellos quieran: lo que significa que para sobrevivir, ese país y esa sociedad deberán enfrentarse al judaísmo o desaparecer de la historia) fue una conclusión, llamémosla teórica, muy posterior en el desarrollo de mis investigaciones. En un comienzo yo no tenía conciencia en absoluto de que el judaísmo era un fenómeno criminal, en especial desde la creación del Estado de Israel. La conciencia vino con el conocimiento. Cada capítulo de este libro representa un paso en ese proceso de conocimiento. Cada capítulo es la continuación temática del anterior. Así y todo, este es un libro práctico. Nace de la constatación de un hecho que estuvo integrado por dos situaciones simultáneas: un sector judío produce un atentado terrorista contra otro bando judío, pero el judaísmo en su conjunto pretende endosarle la responsabilidad de esas acciones a un tercer actor que no tuvo ni arte ni parte en los sucesos, ya que más que actor era espectador. A ese espectador ya lo hemos definido como el Terrorista Inexistente. Pasó mucho tiempo hasta que pude percibir que la maldad profunda que subyace en esas operaciones de terrorismo ocurridas en la Argentina, y en su posterior travestización orientada a encontrar a un culpable inexistente, es parte de una metodología perenne, consustancial a la historia judía.
Por ejemplo en el Génesis se relata la historia de Jacob, que es llamado Israel. Los hijos de Jacob, es decir, el núcleo básico de la tribu de Israel, pasan a cuchillo a la tribu cananea que los había acogido con generosidad. Para ello utilizan una excusa trivial y seguramente falsa: la seducción de Dina. Lo más probable es que la familia-tribu de Jacob optara por apoderarse por la fuerza de las tierras de Jamor. Crimen y engaño, engaño y crimen. La acción no es aprobada por el padre (Jacob) quien sin embargo tampoco castiga a sus hijos, que pasaron por la espada "a todo varón": el daño que ellos causan con su "pequeño" genocidio evita tal vez un daño mayor, que es el integrarse genéticamente a la tribu cananea. De todas formas hay que huir, ya que las otras familias cananeas se organizan para castigar el crimen y la traición cometidos por los israelitas. Mientras tanto José, expulsado de la familia por una cuestión de poder (sucesión), utiliza otro método: se infiltra en la corte del Faraón donde alcanza una extraordinaria influencia. Desde esa posición de poder llama a toda la tribu y la establece en Egipto, quien acoge a los hebreos con una generosidad extraordinaria y sin ningún tipo de prejuicios. La tribu conspira y expande su poder. Lógicamente son castigados y, al final, expulsados. El Éxodo es el Mito de la expulsión, que era absolutamente justa y proporcionada a la deslealtad cometida por los hebreos en Egipto. Pero los hebreos no se van de las tierras faraónicas sin antes dejarles las siete plagas y de robarles, a los egipcios, todos los objetos valiosos. Sin embargo, el Occidente ideologizado por el Antiguo Testamento nunca dejó de percibir al Antiguo Egipto -ni al mundo árabe moderno- como a una dictadura horrorosa, pero sobre todo "atrasada". La misma historia se repite hasta el día de hoy. Las figuras son siempre las mismas: el "judío bueno", Jacob (quien urde el engaño); los judíos criminales (quienes ejecutan el genocidio): los hijos de Jacob excepto José; el judío astuto que se infiltra, asimilándose: José. Hay contradicciones entre ellos pero al final prevalece la unidad; se sobrepone no tanto el ethnos cuanto el genos. La unidad genética de la familia es el prólogo de la conspiración propiamente dicha: la apropiación de la "tierra prometida". No importa la generosidad con la que fueron acogidos, lo fundamental es apropiarse del poder allí donde residen. La experiencia de Egipto es la introducción necesaria para el posterior gran genocidio de Canaán (Josué).
En este libro llego a una definición por un camino inverso al que propone Hegel cuando habla de las evoluciones del espíritu del mundo (Weltgeist). Fui de lo particular a lo general. Se producen dos extraños atentados en mi país. Yo y mi generación veníamos de una guerra civil dolorosa: "pequeña" (unos 10.000 muertos) pero dolorosa (porque fue nuestra guerra civil). Sabemos qué es y cómo se hace un atentado, por lo tanto podíamos afirmar con cierta autoridad que esos dos que se habían producido en Buenos Aires eran no sólo ajenos sino totalmente distintos a todo lo que conocíamos hasta ese momento. Lo primero es curiosidad: ¿Quién ha sido? Nos miramos a la cara y comentamos: -No conocemos a nadie que pudo haberlo hecho. Muchos, no todos, de los que fueron nuestros enemigos en la "pequeña" guerra civil, esto es, los que practicaron el "terrorismo de Estado", eran admiradores, clientes y aliados de Israel contra el "comunismo": ¡De donde, si no, hubiesen aprendido esas técnicas! Lo curioso es que finalmente ellos tampoco conocían a nadie que pudiera haberlo hecho.
Vimos y comparamos las imágenes de los dos edificios destruidos. No es necesario ser ingeniero militar para saber dónde, en qué punto del "target" se produjo la explosión: ambos edificios caen clarísimamente "hacia adentro". Recién hacia fines de 1996 hubo un estudio científico confirmatorio respecto del primero de los atentados (Embajada de Israel, 1992). Pero las ondas expansivas que produce la segunda detonación (AMIA, 1994) son idénticas a las de la primera. Sin duda alguna, ambas implosiones se producen dentro de los edificios, ya que los destrozos en edificios vecinos -incluidos muertos y heridos argentinos- son sólo menores, secundarios: ninguno de esos edificios es destruido, son sólo dañados. Los dos blancos caen sobre sus propios pies de una forma clara y limpia. Naturalmente ambos edificios estaban bajo la "protección" del Shin Beth, mientras que el "tiempo" de los atentados de Buenos Aires fue exactamente el tiempo del desarrollo del "plan de paz" (desde la Conferencia de Madrid hasta el asesinato del general Rabin, exactamente).
Este libro no es un simple análisis de dos atentados terroristas de los tantos que ocurren en el mundo en los últimos tiempos. Por la especificidad que asumen esos atentados, este libro se convierte, por un lado, en un estudio de política internacional y, por otro, en una perspectiva -radicalmente diferente a las aceptadas hasta ahora- de política interior argentina: de ahora en más la supervivencia de la Argentina depende de la capacidad que adquiera su sociedad para defenderse de las agresiones judías, pero no sólo de las agresiones judías.
La naturaleza de los atentados, vista desde un contexto interestatal, debe servir de advertencia, a la llamada "comunidad internacional", sobre la peligrosidad de uno de sus Estados miembros, que practica el terrorismo como algo natural dentro de su visión del mundo mesiánica y apocalíptica. La relación entre el Estado de Israel y el terrorismo no es nueva. Existe desde su misma fundación como Estado-cerrojo impuesto por la "Liberación" europea de posguerra sobre una región del mundo que no le pertenecía en absoluto y sobre la que no tenía ningún derecho en absoluto.
La nueva situación que desnudan los atentados de Buenos Aires es que esa actividad terrorista, que desde siempre estuvo incorporada a la tarea diplomática estándar del Estado judío, ahora es también el producto de una lucha de facciones que tienen por objetivo el control de ese Estado; y por escenario a casi todo el mundo, en especial allí donde residen comunidades judías importantes. Este es el hecho sobresaliente si analizamos los atentados terroristas de Buenos Aires desde el ángulo de las relaciones internacionales actuales. El Estado de Israel no es un Estado "normal": esta es la conclusión básica y elemental del análisis.
Que el Estado de Israel no es un Estado normal es un dato de la realidad archiconocido. Son los propios judíos los que proclaman la naturaleza "sagrada" de sí mismos en tanto pueblo o raza. ¿Cómo habría de ser normal el Estado que representa políticamente a un grupo humano "elegido"?
El gran disparate de la política europea hacia Oriente Medio es que finge creer que el Estado judío es un Estado "normal-democrático", donde existe, entre otras cosas, el libre juego en la alternancia del poder, con el consiguiente cambio de políticas. Si en Europa se hubiesen estudiado los atentados terroristas de Buenos Aires desde la óptica de la crisis interna que desde hace algunos años -inicios de la Conferencia de Madrid- fractura a la sociedad y al Estado judíos, la idea de "normalidad" habría sido desechada hace ya mucho tiempo. Pero para ello Europa no debería estar "Otanizada".
Sabemos que la "normalidad" es -en sí misma- otra ficción: las situaciones "normales" son las que pretenden estar mas allá del "fin de la historia". Desde hace algunos años, los funcionarios europeos adscriptos al "pensamiento políticamente correcto" asignados a cuestiones internacionales se comportan con fanfarronería hegeliana, y así tratan con todos los Estados y grupos que todavía no han cruzado -según ellos- la frontera del "fin de la historia". Actúan como si Europa y Occidente hubiesen llegado a la meta; y desde allí, desde esas alturas olímpicas, estuviesen dirigiendo y juzgando el curso de los acontecimientos mundiales. El resto del mundo protohistórico, en definitiva, estaría obligado a transitar el mismo derrotero que tuvo que recorrer Occidente para llegar hasta donde hoy ha llegado: no al "paraíso" del "fin de la historia", sino a este inestable, caótico y neurótico purgatorio que todos conocemos muy bien.
Desde "más allá de la Historia" es muy difícil percibir la astucia de un Estado-pueblo que "no tiene historia", en el sentido corriente de los otros pueblos y Estados. El Estado de Israel no está en la proto-historia -como lo está el "mundo periférico- sino en la a-historia. Se pretende que el tiempo judío no sea un pasado, sino un recuerdo, algo que está siempre a la misma distancia del presente. El presente y el futuro ya están escritos en una Ley eterna y revelada ¿Cómo podría ser normal una situación política así construida?
Las llamadas "sociedades democráticas" occidentales más que "normales", han logrado constituir, provisoriamente, un estándar que pretenden imponer al resto del mundo, al menos como modelo: dicen que hemos llegado -en Occidente- a la eliminación de los conflictos. Pues bien, comparado con ese estándar, la sociedad israelí es lo contrario -exactamente lo opuesto- a la "normalidad democrática occidental". Sin embargo, se insiste en la ficción, en la mitología y en la contramitología. Ya se habla abiertamente de los chantajes de Israel como si fueran reponsabilidad exclusiva de un gobierno de "extrema derecha". Se dice, ahora públicamente, que Netanyahu es un gangster, porque emplea métodos obviamente gangsteriles; y se pretende convertir la nueva forma apocalíptica que ha asumido el terrorismo de Estado judío, en una cuestión relativa a los "errores" o a las prisas de un gobierno que "pervierte el mandato emitido por una sociedad básicamente sana".
Lo que los políticos y los analistas occidentales saben y no dicen es que en Israel existe una estrategia perenne, que es una estrategia de conquista, y que ella tiene un fondo mesiánico-apocalíptico. Dentro de esa estrategia se ha podido verificar una larga secuencia de "alternancias" en el poder que -en absolutamente todos los casos- no fueron sino intrigas internas para desplazar a un líder "malo" y poner en su lugar a otro "bueno", que continuara desarrollando exactamente la misma visión del mundo, pero ya con una opinión pública occidental -y, aun, árabe- "confundida" por el "cambio" y la esperanza de paz.
La función del líder "bueno" es hacer que Occidente crea (tratándose de Israel, Occidente cree a priori casi todo) que el Estado judío renuncia, al menos provisoriamente, al uso de la violencia terrorista exterior y se convierte -también provisoriamente, al menos- en algo parecido a un Estado normal, según los estándares occidentales. En otra parte de este libro haremos referencia a un "líder bueno" modélico, Moshe Sharret. Su Diario debe servir para que la comunidad internacional reflexione sobre la naturaleza de una de las caras, la exterior, del terrorismo de Estado israelí.
Sabemos con absoluta certidumbre que este tipo de maniobras se hicieron innumerables veces dentro del Estado judío mesiánico. En todos los casos, el objetivo único de la intriga fue fingir -de cara a Occidente y, también, de cara a ciertas áreas del mundo árabe- que Israel cambiaría de política, es decir, de estrategia. En todos los casos, el "cambio" contuvo una promesa sistemáticamente incumplida: que el Estado judío dejaría de ser un Estado terrorista -hacia el interior y hacia el exterior- y se convertiría en un Estado "normal". El engaño, en definitiva, es una parte vital de la estrategia "perenne" del Estado de Israel.
Con un líder "bueno" en reemplazo de otro "malo", el Estado judío continuó con la misma estrategia terrorista clandestina, pero bajo formas mejor cuidadas. En muchos casos, la estrategia terrorista se desarrolló sin el conocimiento del primer ministro, que era definido, por los mismos miembros del establishment judío gobernante, como "paloma". Así la "paloma" podía explicar al mundo que todas esas acciones clandestinas destinadas a mantener un estado de guerra permanente con el mundo árabe no eran sino decisiones "espontáneas" realizadas por "grupos descontrolados"; que él por supuesto desautorizaba y condenaba. Los complots se convertían en "locuras individuales", como en el caso más reciente del asesino Goldstein. El asesinato del propio ex-primer ministro Isaac Rabin se presentó ante el mundo, también, como la acción de un "pequeño grupo" de descontrolados.
Los judíos gobernantes en Israel y en las juderías occidentales toman al "resto del mundo" por algo esencialmente estúpido, y tal vez tengan parte de razón, porque en todos los casos la conciencia occidental se adormeció con el run-run de las buenas intenciones, y de las burdas falsificaciones judiciales. Pasado un tiempo, el ciclo recomenzaba. En eso consistió, hasta el día de hoy, la alternancia del poder en la sociedad israelí.
La estrategia israelí de terror, agresión, expansión territorial y subversión política respecto no sólo del mundo árabe, quedó "eternamente fijada", es decir, consolidada en términos bíblicos, durante los primeros tiempos de la existencia del Estado judío. En esencia se mantuvo constante hasta el día de hoy, que es cuando se ve reforzada con la hegemonía creciente del mesianismo fundamentalista judío, tanto dentro del Estado de Israel como en las principales juderías instaladas en el mundo occidental. El lobby judío norteamericano, luego de haber acumulado un poder enorme, nunca visto en la historia política y económica de los EUA, pone ahora en escena un nuevo acto de esta vieja comedia (o tragedia, según se la mire). Se trata de la manipulación del poder decisional norteamericano desde su mismo interior (1).
No es que Israel había dejado de cumplir, por enésima vez, una "resolución" de la llamada "comunidad internacional". No era un simple nuevo "incumplimiento de contrato" entre Israel y el resto del mundo. Se trataba, ahora, de que Israel decide unilateralmente negarse a cumplir con un proyecto en el cual el mundo occidental, en su totalidad, y una parte significativa de las dirigencias árabes, había comprometido su credibilidad ante el conjunto de los ciudadanos de todos y cada uno de los países que lo integran. Literalmente, se había puesto "toda la carne en el asador" en el Plan de Paz. Occidente y buena parte de los gobiernos árabes quedaron con la parte inferior de su anatomía trasera, como quien dice, al aire. No sólo habían firmado un contrato con una comunidad que no cumple ninguno de sus contratos terrenales. Habían hecho algo peor aún: habían afirmado que los únicos enemigos visibles de esa paz, que sería el adelanto de la paz universal, eran los terroristas ¡islámicos!
Muchas "buenas conciencias" pensaron que Netanyahu, "ese tipo", recibiría una buena reprimenda en Washington. Pensaron que Clinton le diría finalmente algo así como: "Vamos a ver: ¿quién manda aquí?". Ese hipotético cuestionamiento ya tiene también respuesta: aquí, en esta parte del planeta tierra llamada Occidente, manda Israel y el lobby judío-norteamericano. El gobierno del mundo. El único grupo humano con capacidad para bombardear pueblos inermes y no recibir ningún castigo por ello, sino más bien lo contrario. Es ese lobby quien en verdad maneja los hilos en Washington ¿Cómo podría el miserable gobierno cipayo (2) de Buenos Aires, inventor de la teoría de las "relaciones carnales", oponerse a ese poder, si su misma supervivencia depende de cualquier gesto imperceptible que cualquier lobbyista haga en cualquier oscura oficina de la capital imperial?
Juguemos a analizar el cuadro como si todo lo ocurrido en las semanas que anteceden a la fallida operación "Trueno del Desierto" haya sido simplemente un conjunto de casualidades. Que el señor William Clinton estaba enfadado con el señor Benjamín Netanyahu era evidente: en noviembre de 1997 le canceló una entrevista en Washington. Aquí viene la primera casualidad. A partir de esa fecha se agudizan los distintos "escándalos sexuales" del presidente norteamericano. El impulso que anima al fiscal que lo persigue viene de la "derecha norteamericana", según afirmó la propia primera dama. Entonces emerge la segunda casualidad. Lo primero que hace Netanyahu en Washington es formalizar una alianza estratégica con el fundamentalismo evangélico norteamericano, es decir, con el núcleo duro de esa llamada "derecha": el único gran movimiento sionista no judío. La supervivencia política de la administración demócrata quedó suspendida de un hilo muy delgado.
Luego, las casualidades se suceden tan rápidamente que ya no es posible diferenciar una de las otras. Netanyahu deja Washington con el estilo típico de un triunfador: no sólo no había sido sancionado por el "principal dirigente" de la "única superpotencia", el imperio más poderoso de la historia universal. Netanyahu llega a su pequeño país, geográficamente infinitesimal, habitado por sólo 5,5 millones de habitantes (de un total de menos de 20 millones de judíos en todo el mundo, el equivalente a un Estado de escasa demografía y de mínima potencia), donde no existen prácticamente recursos naturales económicamente viables, y a las pocas horas se entera de que la superpotencia va a bombardear: ¿a quién?, al Estado elegido por Dios que ha incumplido con todos sus compromisos terrenales. No: a Irak. Al único país que en 1991 se atrevió a castigar a los Sagrados Habitantes de la Tierra Sagrada con vetustos misiles ("armas de destrucción masiva", para la opinión pública) que provocaron el "Holocausto" de un (1) muerto israelí; (cien mil soldados iraquíes murieron oficialmente en la "tormenta del desierto", y cincuenta mil niños, enfermos y ancianos de la misma nacionalidad están muriendo anualmente desde el mismo día en que terminó la "tormenta"). También fue una casualidad que, durante el mismo período, toda la prensa occidental hiciera referencia a las "armas de destrucción masiva" iraquíes, junto a fotos de pobres madres israelíes con máscaras antigás incorporadas, posando ante las cámaras con-la-angustiada-mirada-de-su-hijito-clavada-en-su-corazón (una vez más el "gas" aparece en el núcleo de la mitología exterminacionista, pero ahora ya no bajo la forma de Cámaras (de gas), sino ya vinculado al "terrorismo genético" (3) que se adjudica al Islam).
Por supuesto que nadie intentó definir qué es un "arma de destrucción masiva". Hubiese sido relativamente sencillo hacerlo, incluso con precisiones absolutamente exactas. Pero si se define con solvencia técnica qué es un "arma de destrucción masiva" (en qué consiste, cuáles son sus dimensiones, cuánto pesa, qué alcance tiene, cuál es la tecnología de mantenimiento, etc, etc.) se está luego obligado, por elementales motivos lógicos, a decir, con toda seriedad científica, que es imposible que un país que viene siendo "escaneado" y torturado desde hace tantos años pueda aún guardar, debajo de la cama del sultán, un (1) arma de "destrucción masiva" (si lo ponemos en plural: "armas de destrucción masiva", ya salimos del marco de lo imposible para entrar en el del delirio, tomando siempre como base una realidad tecnológica). Sin embargo, el señor Tony Blair, primer ministro socialdemócrata británico afirmó, con toda seriedad, que Irak dispone de armas de destrucción masivas con capacidad para liquidar tres veces a la totalidad de la población mundial Por las dudas, tres veces. Para que no quede ningún rastro del perverso ser humano sobre la faz de la tierra.
Las preguntas centrales a las que hay que responder son: ¿Qué es lo que provoca la subordinación de Occidente, siempre y en cualquier caso, a las órdenes provenientes de Israel y del lobby judío-norteamericano? ¿Por qué Occidente sigue aceptando las órdenes de Israel y del lobby, que es el transgresor internacional por excelencia? ¿Por qué Occidente lo continúa haciendo ahora, luego de haberse comprometido como nunca con un Plan que iba a ser modélico para todo el planeta? Hay una respuesta única para todas esas preguntas. Y ella fue expresada, de manera sintética, clara y precisa por el profesor Robert Faurisson, el principal exponente del revisionismo histórico francés, el 18 de enero de 1991, durante la campaña "mundo versus Irak", en una carta al embajador de Bagdad en París: "No habrá ninguna chance de retornar a la paz mientras el mito fundador del Estado de Israel no sea cuestionado. Ese mito es el del pretendido "Holocausto" de los judíos durante la segunda guerra mundial. Es gracias a la perpetuación de la mentira histórica del "genocidio", de las "cámaras de gas" y de los "seis millones" que vuestro principal adversario goza (en Occidente) de un enorme crédito moral y financiero, largamente inmerecido".
Después de Netanyahu -suponiendo que haya un después- la alternancia laborista no puede ser sino un episodio de corta duración. Porque detrás de Netanyahu acecha la "otra cara" de Israel, la que los europeos bien pensantes (y sobre todo, la intelectualidad judía y filo-judía, occidental y progresista) pretenden ocultar bajo un manto de plomo, si ello fuera posible. Esa otra cara de Israel, el fundamentalismo mesiánico, no está interesada en ningún tipo de alternancia. Su preocupación se centra en la llegada del Mesías judío, y no en la edificación de una sociedad democrática "normal". La función puede estar llegando a su anteúltimo acto. Por el momento estamos presenciando una crisis tal vez terminal del Estado judío, a quien en estos días de comienzos de 1998 le es muy difícil organizar los actos de conmemoración del 50 aniversario de su fundación.
Los medios de comunicación occidentales informan, con sistemática unanimidad, sobre la existencia de una "crisis política en Israel". Muy rara vez se aventuran un poco más allá. Pero la persistencia de esa crisis y la extraordinaria confluencia de factores que sobre ella actúan obligan a preguntarse si la misma no es, en realidad, una verdadera fractura socio-religiosa; una guerra civil en potencia. Su naturaleza, no es sólo peculiar sino, probablemente, terminal: esta no es una crisis más de las tantas que afectaron al Estado judío, sino la crisis.
Desde la misma fundación del Estado de Israel, el pueblo judío ha quedado aprisionado por una contradicción irresoluble y, por lo tanto, mortal: actuar como "pueblo elegido" y tener que administrar un Estado que, hacia el largo plazo, tendrá que comportarse como los demás Estados o desaparecer, cualquiera sea el régimen imperante en el sistema internacional. Lo que los medios de comunicación occidentales siguen llamando "crisis política" es en realidad el estadio terminal de la "contradicción original" antes señalada. La obligación que -hacia el largo plazo-impone la comunidad internacional al judaísmo de ser "un pueblo como los demás", es una imposibilidad metafísica para los judíos.
Esta imposibilidad metafísica ha tensionado al Estado de Israel desde su mismo nacimiento en 1948. En ese sentido no es nueva. Eclosiona ahora porque existe una superposición de factores que actúan sobre ella. Los siguientes son sólo algunos de ellos:
1.- El compromiso aceptado en los llamados "Acuerdos de Paz" (Madrid, Oslo, Washington) de entregar territorio a cambio de cierta estabilidad tanto en la periferia cuanto en el interior del territorio estatal judío. La entrega de territorio expresa la materialización de la tensión metafísica original antes señalada. Para aproximadamente la mitad de la población de Israel -tal vez algo más- y para un porcentaje similar de los judíos que viven fuera de Israel (y que jamás se integrarán a ese Estado), esa entrega de territorio es un acto sacrílego.
2.- Las derrotas militares y los fracasos diplomáticos (acciones terroristas manifiestas) de Israel fueron importantes en los últimos años. Ellos han sido especialmente significativos porque no sólo no existió ningún estado declarado de guerra física interestatal (con el mundo árabe) sino porque, además, numerosos Estados árabes, durante ese mismo período, intentaron mantener relaciones diplomáticas casi normales con Israel.
3.- La crisis en la "diáspora" judía. Ella se manifiesta en el hecho de que se consolidan las facciones en que ha quedado dividida la política y la sociedad dentro de Israel. Ahora ninguna de ellas puede administrar el comportamiento de la diáspora judía en beneficio del Estado de Israel, cosa que antes se lograba casi automáticamente. Estado de Israel y judaísmo ya no son exactamente la misma cosa. No sólo el lobby judío-norteamericano está afectado por una multiplicación de comportamientos dispares. Lo mismo ocurre en Francia y en la Argentina.
4.- La emergencia de nuevos factores que indican una creciente consolidación estratégica del mundo árabe-musulmán, a los que más adelante haremos referencia.
5.- La suma ordenada de los vectores antes señalados nos muestra una inter-relación total entre unos y otros. Es ese ensamble lo que introduce en el Estado y en la sociedad israelí factores económicos, demográficos y, en general, estratégicos que en conjunto retroalimentan la crisis, hasta convertirla en la materialización de la insoluble y devastadora "contradicción original" (4).
El Shin Beth: un Estado terrorista "hacia adentro" En el Capítulo 1 de este libro hacemos una extensa referencia al servicio de contraespionaje israelí, el Shin Beth, en relación con los atentados terroristas de Buenos Aires. Por ello es importante que el lector tenga una idea anticipada sobre la naturaleza del "trabajo" y de las funciones de esa organización dentro del Estado de Israel.
En el mes de mayo de 1987, el Gabinete Ministerial del gobierno israelí constituyó una Comisión especial con el objetivo de encuadrar legalmente la práctica de la violencia (tortura) aplicada por los interrogadores de los Servicios Generales de Seguridad (SGS), israelíes, o Shin Beth, a los palestinos y otros árabes detenidos, tanto dentro de Israel como en los Territorios Ocupados (TO). Como presidente de esa Comisión fue nombrado un antiguo Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia de Israel, el Juez Moshe Landau.
La Comisión emitió un Informe, aún hoy vigente, pero en proceso de perfeccionamiento, como veremos luego, pocos meses después de constituida, el 30 de octubre de 1987. Ese Informe se hizo público, excepto un Apéndice que hasta el momento permanece secreto. Han pasado diez años desde la publicación de ese vergonzoso Informe. Diez años durante los cuales hubo en Israel "alternancia en el poder", pero ningún gobierno lo modificó ni lo sustituyó. Lo que demuestra, una vez más, que esas "alternancias en el poder" no son más que intrigas palaciegas, y que el engaño constituye una parte vital de la estrategia perenne del Estado judío.
La parte pública del Informe reveló que entre 1971 y 1986 los interrogadores de los Servicios Generales de Seguridad (SGS), o Shin Beth "... mentían sistemáticamente cuando eran citados por los tribunales de justicia para declarar sobre la forma en la que habían obtenido las confesiones de los detenidos. Según la Comisión, esto ocurría sobre todo en confesiones de detenidos de los Territorios Ocupados. La Comisión puso además de relieve que el uso de la fuerza física en los interrogatorios constituía un método oficialmente reconocido, aprobado y recomendado en el seno de las SGS" (Informe: Presos Políticos Palestinos en Israel y Áreas Autónomas, Madrid, febrero de 1997, editado por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, con el patrocinio de Asociación contra la Tortura, Asociación Libre de Abogados, Comité de ONG para la Cuestión Palestina, Jueces para la Democracia y Unión Progresista de Fiscales).
¿Cuál fue la actitud y cuáles las "recomendaciones" de la Comisión Landau, ante esta práctica masiva de la tortura, que ya estaba "reconocida, aprobada y recomendada" dentro de los servicios de seguridad israelíes, o Shin Beth?
De manera contundente la Comisión aseguró que esas "normas internas" eran básicamente lícitas, argumentando que "... los terroristas carecen de derecho moral alguno para exigir que el Estado les garantice los derechos civiles convencionales", y que "... la actividad hostil terrorista justifica el uso del artículo 22 del Código Penal de Israel, referido al estado de necesidad, no sólo cuando la perpetración de un acto terrorista es inminente, sino también cuando sea posible y pueda ocurrir en cualquier momento. Así pues, la Comisión, después de reconocer que es imposible la obtención de información sin el uso de medios de presión, recomienda el establecimiento de formas selectivas de fuerza física y presión psíquica que describe eufemísticamente como 'moderadas', que además sean aprobadas y estandarizadas" (Informe: Presos Políticos Palestinos en Israel y Áreas Autónomas, p. 22).
El Parlamento israelí aprueba la "estandarización de las presiones físicas". Y es así que, con referendum democrático, la Comisión Landau legaliza la tortura en Israel y Territorios Ocupados. Tal legalización fue confirmada asimismo por el Fiscal General del Estado, en 1994. "Es obvio que las recomendaciones de la Comisión, en sí mismas y por las vías que abren, conceptual y prácticamente significan una invitación a ejercer el terror físico y psíquico con los detenidos de procedencia palestina. Entre 1987 y 1992 fueron detenidos por fuerzas israelíes 80.000 palestinos, en su inmensa mayoría varones, lo que representa el 24% de la población palestina masculina entre 15 y 55 años" (Informe, op.cit, p.30). A la inmensa mayoría de los detenidos se les aplicaron torturas "moderadas", estandarizadas y legalizadas por la Comisión Landau, entre otras:
*Golpes reiterados, habitualmente aplicados con instrumentos contundentes especialmente diseñados en cada caso.
*Shabed, que consiste en forzar el estrés físico de los detenidos previamente encapuchados (desprovistos de visión), manteniéndolos en posturas muy forzadas durante largos períodos de tiempo, sin dormir y sin alimentación.
*Asfixia por inmersión en líquidos y a partir de la colocación de bolsas de plástico sobre la cabeza de los detenidos, lo que imposibilita la respiración.
*Aislamiento en sarcófagos u otros espacios muy pequeños con privación de alimentos y negación de accesos a los aseos. En forma simultánea, al detenido se lo amenaza de muerte a él y a sus familiares y amigos.
*Uso de grilletes empotrados en las paredes de las celdas, que obligan al detenido a permanecer en cuclillas u otras posturas violentas, durante largos períodos de tiempo.
*Aplicación de corriente eléctrica ("picana") en las zonas del cuerpo más sensibles de los detenidos, en especial sus órganos genitales.
"Los presos ordinarios, y de manera habitual, durante la época de detención inicial ('detención administrativa') sufren este tipo de tratos. Cuando hay presos especiales, también las torturas son especiales" (Informe, ps. 30-31).
Los llamados en Occidente "derechos humanos" de los palestinos en Israel y Territorios Ocupados sencillamente no existen. Entre 1987 y 1996, 1.500 palestinos han sido asesinados por las fuerzas de seguridad israelíes, 120 por los colonos armados judíos fundamentalistas, y otros 153 ejecutados por los "escuadrones de la muerte", en algunos casos tolerados y en otros apoyados por las autoridades políticas y militares de Israel (lo que se llama la "alternancia democrática en el poder"). Entre 1987 y 1993 fueron dinamitadas 865 viviendas palestinas, causando un total de 7.985 habitantes desplazados de sus hogares. Sólo entre 1993 y el 12 de agosto de 1996, en pleno "Plan de Paz", el número de viviendas dinamitadas fue de 223. Durante el mismo período continuaron las deportaciones masivas de palestinos, violando no sólo los Acuerdos de Oslo sino además el IV Convenio de Ginebra.
La detención administrativa es la detención de una persona realizada al margen de cualquier intervención judicial. En Israel las detenciones administrativas pueden durar seis meses, y son prorrogables por otros seis meses, sin límite temporal alguno. 19.000 personas han sufrido y sufren detención administrativa en Israel "por motivos imperativos de seguridad".
Existen innumerables denuncias efectuadas por profesionales palestinos de la sanidad sobre el papel que cumplen los médicos judíos en el sistema penitenciario israelí. Su función es evaluar el grado de resistencia de los presos que van a ser torturados y mantener sus constantes vitales a niveles aceptables, a fin de llegar al final de cada cesión de tortura con el prisionero dispuesto a firmar su declaración de "culpabilidad".
Ya hemos hecho referencia a la cifra de 80.000 detenidos-torturados entre 1987 y 1992, que es el tiempo que transcurre entre la creación de la Comisión Landau y los inicios del "Plan de Paz". En enero de 1995 (Oslo II) existían 5.000 prisioneros palestinos en cárceles israelíes. Sólo 1.300 fueron liberados entre octubre de 1995 y enero de 1996. Pero esas liberaciones fueron "reemplazadas" con nuevas detenciones. Por lo que se puede estimar, en ausencia de datos fidedignos, que el número aproximado de presos palestinos en cárceles israelíes sigue siendo de 5.000, al día de hoy. Asimismo, el procedimiento de "detención administrativa" no se ha interrumpido a partir de la aplicación de los Acuerdos de Oslo, sino que por el contrario, se incrementó, según denuncias de las autoridades palestinas.
Las "desapariciones" de presos palestinos. Se trata de personas que habiendo sido detenidas en el pasado han sido dadas como no existentes por parte de las autoridades penitenciarias israelíes. El Instituto Mandela posee "evidencias circunstanciales" provenientes de las familias de los "desaparecidos" de que "... muchos de los desaparecidos permanecen encerrados en secciones especiales, en celdas separadas, bajo un control de aislamiento estricto en las prisiones de Atleet, Novi Tretsa, Al Jalameh y en otras desconocidas". En 3.100 se evalúa el total de presos palestinos "desaparecidos".
Se aplica, aun, una doble medida para los presos judíos y para los palestinos. Los palestinos son juzgados por tribunales militares, como es común en toda "potencia ocupante". Los judíos, en cambio, son juzgados todavía por tribunales civiles. Esta situación puede cambiar en los próximos tiempos, a partir de las modificaciones previstas en la Ley del Shin Beth (5).
A lo largo de una década, la Ley del Shin Beth ha sido sometida a discusiones en diversos foros. El gobierno israelí prevé que la redacción del último borrador, en forma de proyecto de ley, quedará terminada en un futuro próximo. En este último borrador, preparado por David Libai (antiguo ministro de Justicia en los gobiernos de Isaac Rabin y Shimon Peres), se han introducido varios cambios, de forma que la versión definitiva tendrá carácter de ley fundamental. Una vez aprobada esta ley, Israel dará un importante paso, con vistas a ampliar su "terrorismo interior o terrorismo de Estado", que también será aplicado, a partir de ese momento, a ciudadanos israelíes opositores. ¿Cuáles son los cambios que se han introducido en el borrador?
Según Haaretz, en primer lugar se han reforzado principalmente los mecanismos de control, con objeto de aumentar el poder del Shin Beth. En la propuesta se han dedicado dos capítulos a las penalidades previstas en caso de publicación ilegal sobre detalles del trabajo del Shin Beth. "Por la publicación de información sobre gestiones del Comité de la Knesset encargado del tema del Shin Beth, el castigo es de tres años de prisión; si la publicación es resultado de una negligencia, el castigo es de un año de prisión. El personal del Shin Beth que divulgue o publique información confidencial debe contar con una sentencia de condena de cinco años de prisión".
Otra innovación específica de las funciones del Shin Beth es "la preservación y la mejora de otros intereses vitales del Estado, conforme a las decisiones del gobierno". Es decir que el Shin Beth tendrá, a partir de la aprobación de la nueva Ley, una participación "legal" dentro de la política interior de Israel. Así, la propuesta establece que el subcomité de la Knesset que supervise las operaciones del Shin Beth (uno de cuyos miembros será un representante de la oposición), quedaría limitada a aprobar los ámbitos de actividad que el gobierno asigne a la jurisdicción del Shin Beth. El subcomité estará también autorizado para aprobar cualquier enmienda a la ley del Shin Beth que el primer ministro pueda proponer. Igualmente, el subcomité debe tener en cuenta los informes que el jefe del Shin Beth le someta con regularidad.
Otro cambio importante se refiere a los interrogatorios de los detenidos. La enmienda correspondiente incluirá un capítulo sobre quién estará autorizado a conducir las investigaciones y los interrogatorios de carácter "extraordinario". El nuevo capítulo en la Ordenanza -capítulo 12- y las regulaciones a establecer dentro del contexto de la Ordenanza, serán aprobados por un comité interministerial y por el comité competente de la Knesset, sustituyendo las regulaciones propuestas por la comisión encabezada por el ex miembro de la Corte Suprema de Justicia, Moshe Landau (en retiro). Aunque la Ordenanza habla de la prevención del terrorismo, los interrogatorios a incluir en el nuevo capítulo se refieren a "actividades contra la seguridad del Estado" y no sólo a actividades terroristas. Por lo tanto, esta cuestión incluirá necesariamente interrogatorios especiales -torturas- sobre judíos opositores al gobierno, los famosos "falsos judíos" ya definidos por el fundamentalismo religioso judío. Mientras que la comisión Landau habló de la posibilidad, en casos especiales, de una "presión física moderada" durante el tiempo del interrogatorio, el capítulo 12 de la Ordenanza amplía sin límites el tiempo de la tortura, ya que habla de "aplicación de presión sobre el individuo a interrogar" en casos especiales.
Como ya se ha visto, en la enmienda a la Ordenanza se ha añadido un nuevo delito: "la omisión de pasar información (a las autoridades) que puede ayudar a prevenir un acto de terrorismo o prevenir la incitación al terrorismo". Las personas que se consideren culpables de este delito serán condenadas a cinco años de prisión. Ese nuevo delito afectará a la población judía de Israel opositora del gobierno. Legalmente también los "falsos judíos" podrán ser "interrogados" sin límite de tiempo. Y todavía hay más, un elemento decisivo en la futura guerra civil judía: la persona encargada de fiscalizar las torturas no puede ser un empleado de este Servicio Secreto, el Shin Beth, sino que debe ser un funcionario nombrado por el primer ministro. El inspector dependerá directamente del primer ministro y de un Comité interministerial encargado de los asuntos del Shin Beth, compuesto por cinco miembros. En definitiva: el Shin Beth tendrá autorización para realizar cualquier acción "extraordinaria", inclusive interrogatorios contra judíos opositores, o "falsos judíos" (Fuente: Haaretz, op.cit.) (6).
La política interior argentina Pero este libro tiene que ver, sobre todo, con la política interior argentina.
No sólo hay una "cuestión judía" en la Argentina. La "cuestión judía" tiene profundas raíces sociales y amenaza con convertirse en el tema central dentro del largo proceso de crisis que vive ese país.
La "cuestión judía" en la Argentina, entendida como epicentro y síntesis final de todas sus crisis, no se origina en un supuesto "antisemitismo" instalado en su sociedad, sino en agresiones concretas realizadas por una comunidad nacional, étnica y religiosa extranjera, instalada en su seno. La comunidad judía residente en la Argentina es un cuerpo extraño, con lealtades esencialmente diferentes a la de las "gentes de la tierra". Es un factor agresivo para todo lo que es argentino.
Toda la historia de la "modernidad" argentina, desde los años 80 del siglo XIX, se basó en el principio de que esa sociedad "nueva" era un "crisol de razas". El llamado "modelo argentino" fue entendido como coexistencia de etnias y de culturas distintas que se fueron superponiendo -a partir de sucesivas olas inmigratorias- a la base demográfica original de raíz hispano-criolla. Es precisamente ese "modelo argentino" lo que "estalla" a partir de los atentados terroristas que se analizan en este libro. Todo el marco social demográficamente acumulado desde el inicio del desarrollo del "modelo argentino" fue severamente agredido, según la hipótesis que sustentamos, por una de las culturas étnicas (en realidad, genéticas) integrantes de ese conjunto.
La agresión al modelo demográfico argentino acumulado durante más de un siglo provino de un grupo específico -y, sobre todo, "diferente"- integrante del genos judío. Pero para ocultar el crimen de ese grupo, el Estado protector de la etnia, y la etnia en su totalidad, realizan una tarea de encubrimiento cuyo estudio debería ser materia obligada para los estadistas de todos los países del planeta (las distinciones entre genos y ethnos se desarrollan en el Capítulo 4).
Fueron dos los actos criminales que se suceden en el tiempo, sin solución de continuidad. Las agresiones propiamente dichas (que también fueron dos) y el encubrimiento (falsificación de la realidad) inmediato y automático de esas agresiones. En el primer acto de la secuencia criminal -los dos atentados terroristas propiamente dichos- participa sólo el fundamentalismo judío (es decir, el judaísmo genético); en el segundo, el propio Estado de Israel y, por ósmosis y principios básicos de lealtad, la práctica totalidad de la comunidad judía internacional y de la comunidad judía residente en la Argentina (judaísmo étnico). Es así como uno de los segmentos culturales constitutivos del "modelo demográfico argentino" elimina de raíz la viabilidad que originalmente se encontraba en sus mismos fundamentos. Ya no es posible pensar a la Argentina como "crisol de razas". A partir de este momento, la supervivencia de la Argentina depende de la velocidad que su sociedad le imprima al movimiento que lleve al Estado-nación a fundamentarse de otra manera, lo más lejos posible del fenecido "crisol del razas".
Las bombas de Buenos Aires destruyen un modelo de país, desde el mismo momento en que una de sus culturas étnicas integrantes reclama para sí derechos diferenciados pero sobre todo superiores a los del resto de una comunidad conformada a partir de sucesivos aportes inmigratorios. Los "aparatos culturales" de esa sociedad -casi todos y casi siempre en manos de la etnia agresora- pretendieron ignorar, hasta donde les fue posible, su fundamento demográfico original: el subsuelo cultural hispano-criollo, entendido no como algo acristalado en el tiempo, sino como el fundamento de una demografía asimilada, pero sobre todo, integrada hacia dentro. Ello significó que la sociedad toda se encontrara incapacitada para definir un nuevo contenedor cultural basado en un proceso de fusión étnica ya realizado pero nunca analizado (la antropología del peronismo, según es analizada en el Capítulo 4).
El proceso de reconstitución de la Argentina ha quedado abierto a partir de las agresiones de Buenos Aires. Por la propia naturaleza demográfica de la sociedad argentina ese proceso de reconstitución deberá ser necesariamente etno-cultural, etno-social y etno-territorial. Las agresiones propiamente dichas, pero sobre todo la cobertura que sobre ellas se ha realizado, con la apoyatura del Estado judío, han demostrado, más allá de las peripecias rocambolescas de la "investigación judicial", que la actual estructura demográfica de la Argentina ha agotado su ciclo histórico.
Las principales "fallas" que se habían manifestado en la estructura de la sociedad argentina durante las últimas décadas tuvieron su origen en fisuras de origen étnico-cultural. La organización social, la formación y el disfuncionamiento de sus clases sociales, responde exactamente a una previa diferenciación etno-cultural. La distribución de la población sobre el territorio también tiene un fundamento etno-cultural. Pero sobre todo, ese fundamento etno-cultural fue la base oculta para que en el país funcionara un determinado sistema político y económico, y para que finalmente la totalidad de ese sistema se subordinara -de una determinada manera, radical y compulsiva- al proceso de globalización actualmente en curso.
El origen de la decadencia sin fin que sufre la Argentina arranca de la estructura de poder que finalmente adoptó la forma "moderna" (pos-inmigratoria) de su composición etno-social, bajo la forma de "crisol de razas". Con toda seguridad hay una Argentina anterior a las agresiones del terrorismo judío. No sabremos si habrá una Argentina posterior. Sólo intuimos que si la hay, será otra Argentina. Debemos comenzar a pensar el futuro en términos etno-estratégicos. Lo que significa que la supervivencia radica en la posibilidad de construir otro perfil etno-cultural, basado en las percepciones de las grandes mayorías populares ya fundidas -integradas y autointegradas- cultural y étnicamente, con lealtades hacia adentro y no hacia afuera del Estado nacional.
*** Este libro tiene como principal objetivo contribuir a desenganchar a la cultura occidental de raíz cristiano-católica del proyecto globalizador imperialista fundamentado en el judaísmo mesiánico y apocalíptico. Todos los impulsos globalizadores que pretenden arrasar a pueblos, naciones y culturas se fundamentan en una misma visión del mundo: aquella que la Iglesia Institucional Romana llama judeo-cristiana. El globalismo tiene sólo "un libro": el Antiguo Testamento o Biblia Hebrea, un legado cultural que hoy comparten plenamente fundamentalistas judíos y evangélicos, en especial en los EUA, donde existe el único movimiento religioso de masas que es sionista y no judío. Por el contrario, nosotros hemos trazado una historia paralela de cinco siglos entre España y Alemania. Escribirlo en muy pocas páginas fue, en ese sentido, una tarea complicada (Ver Capítulo 5).
Durante siglos, el mundo anglo-judío pretendió edificar la Leyenda Negra de España (otra de las grandes falsificaciones-sustituciones de la realidad) con el fin de anular, en beneficio del capitalismo naciente, los enormes avances civilizatorios que había logrado la cultura castellano-católica. Desde el Iluminismo anti-español -y, por lo tanto, anti-ibero-americano- se pretendió ennegrecer la cultura de España denigrando los grandes aportes castellano-católicos a la historia de la humanidad. En este punto intento:
Rescatar el inconmensurable aporte positivo de la Inquisición para la supervivencia de las civilizaciones indígenas en América. Esas civilizaciones hubiesen sido totalmente destruidas sin la presencia de la Inquisición en América. Y me doy cuenta perfectamente que esta idea puede provocar reacciones emocionales violentas en sentido contrario y desde extremos opuestos entre sí. Ello sería lógico, ya que una afirmación tal va a contrapelo de varios siglos de conocimientos formales acumulados, pero no digeridos; va a contrapelo de una cultura sedimentada institucionalmente, pero que nos niega el conocimiento de su origen. Y sobre todo se contrapone con el "progresismo" cultural occidental.
La perversión intrínseca de la economía judía, destructora de África y América. Esas dos destrucciones demográficas fueron condiciones sine qua non para el nacimiento del capitalismo moderno, primero con centro en Amsterdam y luego en Londres. El nacimiento del capitalismo es la victoria ideológica del judaísmo mesiánico apocalíptico: por su propia naturaleza, esa ideología debía negar primero y destruir después los fundamentos católicos del mundo castellano-universal. No es extraño, en absoluto, que la Iglesia institucional romana se haya unido al proyecto en esta fase histórica donde predomina la hegemonía destructora del Mito del Holocausto, lo que significa, también, la satanización de dos culturas muy distintas entre sí: la germánica y la islámica.
La imagen nefasta de Alemania, en tanto "pueblo criminal por naturaleza" (Ver: Capítulo 7 y Epílogo), fue y es utilizada por el judaísmo mesiánico apocalíptico para justificar las más horrendas acciones criminales del Estado de Israel, cometidas no sólo en Palestina sino en el mundo entero. Cuanto más intenso y doloroso sea presentado ante el mundo el "crimen del Holocausto" supuestamente cometido en el pasado por Alemania, más justificados estarán los crímenes actuales y futuros del Estado judío.
En este libro intento demostrar -apoyado en el pensamiento revisionista, es decir, en conocimientos científicos e información actualizada- que no existe ninguna justificación histórica para continuar hablando de "Holocausto", ya que la política alemana respecto de los judíos, antes y durante la llamada "segunda guerra mundial", no fue de exterminio sino de expulsión. Y se concibió y se realizó, esa política, mucho después de que en los campos de concentración de la Unión Soviética fueran inmolados unos diez millones de hombres y mujeres en nombre del "progreso histórico". No estamos hablando de Stalin, sino de una policía política bolchevique conducida por célebres judíos ubicados en la etapa final del progresismo: el marxismo. Esa policía política actuó con prolongada anterioridad a la consolidación de Stalin como Secretario General. De hecho, la progresiva apertura de los archivos rusos referidos a la época soviética están demostrando que el Stalin real está muy lejos de su imagen sangrienta creada sobre todo por el trotskysmo judío y judaizante.
Fueron los avatares de ese intento alemán de expulsión, realizado dentro de un escenario bélico generalizado, lo que finalmente provocó un "genocidio" de una dimensión aproximada al último ocurrido en África recientemente: uno de los tantos genocidios expulsatorios inter-étnicos -o inter-nacionales, o inter-sociales- que han jalonado la historia de la humanidad desde sus orígenes hasta el mismísimo día de hoy. El concepto de expulsión aplicado a la historia reciente de Alemania no sólo nos conecta con los orígenes de la España Universal que nace en 1492. Nos conduce también a conflictos actuales, originados por comunidades judías instaladas en sociedades que en su momento las acogieron amistosamente. Esas comunidades judías residentes actúan en la mayoría de los casos contra los fundamentos identitarios de las sociedades receptoras, intentando trastocarlos y destruirlos. De tal forma que la única posibilidad de supervivencia de la sociedad receptora vuelve a ser la expulsión. Estoy hablando concretamente del caso argentino. La relación entre España y Alemania en torno a la cuestión judía está perfectamente justificada en función de las agresiones que ambas sociedades sufrieron por parte de los judíos residentes en ambas naciones en diferentes momentos históricos.
Este libro pretende ser una réplica racional y una crítica radical a dos mitos construidos a posteriori de los hechos, y que en ambos casos (España y Alemania) son deformadores (constituyen interpretaciones deformadas) de esos hechos. Esos mitos, el de la Expulsión española y el del Holocausto alemán, fueron construidos a partir de intereses políticos, mucho después de haber ocurrido los hechos a los que se refieren, y por lo tanto constituyen deformaciones específicas de la realidad. Son interpretaciones ideológicas de ambos procesos históricos, y no el proceso histórico propiamente dicho.
Pero sucede que una crítica sistemática del Mito del "Holocausto" nos lleva necesaria e inexorablemente a re-analizar los fundamentos de la cultura europea que nace a partir de la "Liberación" de posguerra. Así vemos que no sólo el Mito del "Holocausto" se fragmenta en mil pedazos: lo que ya no se mantiene son los lineamientos estructurales de la cultura occidental re-establecidos a partir del fin de la última guerra llamada "mundial". Ya no es posible seguir sosteniendo la imagen esquizofrénica de una Alemania "mala-agresora" y de un Occidente "bueno-agredido". Tanto el Estado de Israel como la Europa de Maastricht son hijos de una misma catástrofe: una guerra civil europea de treinta años que se salda con la victoria de un "nuevo orden mundial" que esclaviza por igual a todos los pueblos del planeta (Ver: Epílogo).
Tanto la "Historia Negra de España" como el "Mito del Holocausto" y el subsiguiente de la "Liberación", tienen muy poco que ver, en tanto construcciones ideológicas ex post factum, con las respectivas realidades que intentan representar o expresar en términos simbólicos esas tres interpretaciones historiográficas ya caducas. Estamos hablando de Mitos y no de realidades. Esos tres Mitos constituyen, en un sentido estricto del concepto, sacralizaciones, esto es, situaciones reales sacadas de contexto y llevadas al absoluto. Los hechos reales que esos Mitos, esas grandes sustituciones-falsificaciones de la realidad- pretenden representar, pueden ser hasta moralmente condenables aislados de su contexto, pero dado que ocurrieron en un tiempo histórico y no sobrenatural, son explicables a partir de la utilización de los elementos elaborados por las ciencias sociales y, más específicamente, por la ciencia histórica. Son explicables a partir del análisis histórico racional.
Rechazamos la Historia Negra de España en tanto y en cuanto constituye la sacralización negativa de la historia de España. Rechazamos el Mito del Holocausto en tanto y en cuanto constituye la sacralización negativa de la historia contemporánea de Alemania. Rechazamos el Mito de la "Liberación" porque origina un orden mundial devastador. En definitiva, negamos las sacralizaciones construidas para satisfacer fines eminentemente políticos generados mucho después de producidos los hechos.
Como sostiene el historiador alemán profesor Ernst Nolte, el pensamiento científico no puede callar por más tiempo. No existe el "crimen único" ni el "mal absoluto", como pretenden los mitófilos de cualquier signo. Ello significa que otra Europa y otro Occidente pueden ser construidos libres de la tutela del terrorismo judío. El principio más elemental de la ciencia sostiene que todos los fenómenos humanos guardan relación con otros fenómenos humanos. Todos ellos deben comprenderse a partir de esas relaciones. El principio más elemental de la ciencia sostiene que en el estudio de esas relaciones deben excluirse todas las reacciones emocionales, incluidas las religiosas, por muy legítimas o poderosas que ellas sean. "El pensamiento científico sostiene que el acto más inhumano es siempre 'humano' en el sentido antropológico; que el 'absoluto' de postulados y máximas morales, como por ejemplo: 'no matarás', no es tocado por la determinación histórica, en el sentido que desde los principios de la historia hasta el presente la matanza de hombres por hombres, la explotación de hombres por hombres, han sido realidades permanentes; que el historiador no debe ser un mero moralista... El absoluto, o sencillamente lo singular en la historia sería un 'numinosum', al que sólo debería uno acercarse en actitud religiosa, pero no con criterios científicos".
La tarea del pensador es analizar las conexiones de los procesos históricos y sociales. Debe preservarse de las críticas de los que quieren confrontar el "mal absoluto" en nombre del "bien absoluto". "Sólo el análisis mismo, y no profesiones de fe y aserciones prematuras, logrará acercamientos progresivos a la realidad histórica" (Nolte).
Desde posiciones de poder en otros tiempos inimaginables, el judaísmo mesiánico apocalíptico procede, como es lógico, de forma inmoral. Cree poder colocarse, sin más ni más, en la antítesis de la ciencia, ya que sólo admite a determinados grupos humanos entre un sinnúmero de víctimas de la historia. Ello es así porque está convencido de la existencia de una desigualdad esencial entre los seres humanos, a pesar de que ellos -"los elegidos"- son tan culpables, al menos, como aquellos a los que acusan. "Se sobreentiende que no deben negarse las diferencias, porque en ellas radica la esencia de la realidad. Sin embargo, el pensamiento histórico, debe oponerse a la tendencia del pensamiento puramente ideológico y emocional, orientado a afianzar esas diferencias... La pretendida neutralidad del pensamiento histórico no puede ser de carácter divino y por ende estar a salvo de cualquier error... El pensamiento histórico debe estar dispuesto a revisarse, siempre y cuando se presenten buenas razones y no sólo voces de indignación renuentes a aceptar que es preciso explicarlo todo en la medida de lo posible, pero que no todo lo explicado es comprensible y no todo lo comprensible se justifica. Por otra parte es imposible renunciar a la propia existencia, y sólo de ella resulta una toma de partido directa y concreta" (Nolte).
Nuestro análisis sobre dos procesos concretos de expulsión de grupos humanos (España, Siglo XV; Alemania, Siglo XX) se fundamenta en el hecho absolutamente verificable de que el grupo social expulsador, plenamente mayoritario, era consciente de que a partir de la expulsión estaba preservando su "propia existencia". Esa mayoría social percibía al grupo expulsado como a un peligro muy grande para la continuidad de su propia existencia.
Esta es nuestra explicación relacional entre grupos humanos antagónicos, que trataremos de hacer comprensible, pero en ningún caso "justificadora". Es curioso que los mismo grupos humanos que pretenden negar por decreto lo que es un derecho natural de la vida misma, y no sólo del pensamiento científico, esto es, el ejercicio de la capacidad humana para revisar su propia historia, asumiendo la libertad y la responsabilidad de afirmar o de negar interpretaciones históricas controvertidas (situaciones humanas y no divinas, siempre relativas y nunca absolutas); es curioso que esos mismos grupos humanos ejerzan el poder político, en este mismo tiempo histórico contemporáneo, negando a "los otros" el derecho a la existencia. Eliminando a "los otros", torturándolos y masacrándolos. Como es el caso del simbólico y sacrosanto Estado de Israel, en cuyo nombre se construyeron los mitos criticados en este libro.
La historia no es simple "pasado". Es la forma que suelen adoptar las angustias y las luchas del presente. Es por eso que ante una misma historia existen -y deben existir- distintas interpretaciones historiográficas. Lo pasado, lo remoto, es historia sólo cuando subsiste en el presente. El pasado es, por lo tanto, lo contrario de un objeto, en la misma medida en que el presente no es una "naturaleza cristalizada", mientras que el futuro aparece no sólo como incertidumbre, sino sobre todo como voluntad.
El derecho a revisar la historia, afirmando, negando o relativizando no sólo los "hechos", sino sobre todo las interpretaciones dadas a esos "hechos", es algo que asumen todas las sociedades, todas las generaciones, en todos los presentes. Es por eso que ante una misma historia existen -y deben existir- distintas interpretaciones historiográficas. Además, como lo subraya Martin Heidegger, hay acontecimientos históricos que tienen historia y otros que no la tienen. Es el presente -las luchas y los antagonismos del presente, pero sobre todo las crisis del presente- quienes deciden cuáles acontecimientos históricos tienen historia y cuáles no la tienen.
Para Heidegger hay historia (Geschichte) e historiografía (Geschichtswissenschaft): "¿Qué es acontecer en la historia? ¿Qué es historia como lo pretérito en relación al tiempo? No sólo el pasado, sino también el presente tiene relación con la historia. Sí, el presente alcanzado históricamente es el punto de orientación para el acontecer histórico pasado... la historia y el acontecer están relacionados al pasado, presente y futuro, esto es, a los tres ámbitos del tiempo... El pensamiento histórico y la historiografía (das geschichtliche Denken und die Geschichtswissenschaft) trabajan con una particular articulación del concepto del tiempo. El pasado puede ser la inversión de la visión. El tiempo puede asumir la forma de una línea y resulta entonces arbitrario cómo nosotros la observamos, desde el pasado en dirección al futuro o al revés" (Martin Heidegger, Lógica, 1934).
Lo pasado, lo remoto, es historia sólo cuando subsiste en el presente. El pasado es, por lo tanto, lo contrario de un objeto, en la misma medida en que el presente no es una "naturaleza cristalizada", mientras que el futuro aparece no sólo como incertidumbre, sino sobre todo como voluntad. Para Heidegger esta articulación del tiempo se resuelve a partir de asumir la historia como evolución del ser (Sein) y no como noticia del acontecer (Geschehen). "Acontecer es un 'devenir' (Werden), y 'devenir' es lo contrario de ser (Sein)... quedará claro que el ser histórico es una permanente y siempre renovada decisión entre la no-historia, la distorsión de nuestro ser y la historia en que estamos" (op. cit.).
Esta revisión de la historia que proponemos debe entendérsela como un acto de voluntad (hacia el futuro) opuesto a otras voluntades del presente. Se trata simplemente del eterno conflicto humano; es decir, de algo que no puede ser prohibido por decreto. Sólo que ahora hay una voluntad humana que se ha recubierto de sacralidad: ella tiene pretensiones absolutas. Juzga y legisla sobre el bien y el mal desde las alturas de una fe revelada, herméticamente cerrada para "los otros", nosotros. Es lo que trato en mi anterior libro El nacional-judaísmo, un mesianismo pos-sionista. Estamos ante la historia como objeto (sacralizado) y ante el presente cristalizado. Está prohibido revisar, está prohibido afirmar, está prohibido negar, siempre y cuando uno no forme parte del bando del "bien absoluto" (lo que automáticamente implica estar del lado del "mal absoluto"). Es decir, estamos en las antípodas de la vida, del pensamiento científico y de la libertad proclamada por todas las Constituciones del Mundo Occidental.
*** Este libro se editará simultáneamente en España, en lengua castellana, pensando en todo el mundo iberoamericano, y en El Líbano, en lengua árabe, para todo el mundo árabe. Por primera vez en muchos siglos se hace necesario pensar en forma simultánea a Europa e Iberoamérica, y al mundo árabe-musulmán. La crisis del presente exige pensar a ambos espacios como entidades culturales y económicas -en un sentido muy amplio del concepto- no contradictorias sino armónicas entre sí. Esa perspectiva nos lleva a ubicarnos en las antípodas del presupuesto judío por el cual existiría un conflicto insuperable entre "Oriente" y "Occidente", y entre Europa y los espacios transmediterráneos del Mundo Antiguo. Naturalmente que hay un conflicto. Pero él debe ser definido con toda precisión: ese conflicto existe entre las fuerzas judías que pretenden adueñarse de Occidente y el mundo islámico. Y no entre Occidente y el mundo árabe-musulmán. Al mundo islámico le interesa, o al menos le debería interesar la -ahora sí- Liberación de Europa de sus controles judíos.
Muchos árabes "progresistas" e islámicos "oficiales" residentes en Europa confunden a unos pocos millones de inmigrantes magrebíes -ahora trabajadores explotados de las periferias metropolitanas y, antes, sub-ciudadanos en sociedades cerradas y primitivas- con el mismo mundo árabe-musulmán. Gracias a esa confusión, son los judíos progresistas de Europa los que encabezan todas las campañas en favor de las minorías oprimidas, desde los magrebíes hasta los homosexuales, pasando por los gitanos ¡Extraña figura la de los judíos defendiendo a los trabajadores árabes en Francia, Alemania y España, mientras sus hermanos de raza los masacran en el Oriente Medio! Sólo la extrema descerebración del arabismo progresista y del islamismo conservador en Europa pudo haber logrado semejante alucinación. El mundo árabe-musulmán es mucho más importante que cuatro o cinco millones de trabajadores árabes inmigrados, es decir, expulsados de sociedades primitivas negadoras de cualquier forma de participación y extremadamente empobrecidas, también, por la inacción y la corrupción de sus "elites" civiles y militares. La europeización de Europa será la antesala de su verdadera integración con el Mundo árabe. Pero previamente la propia Europa deberá haber alcanzado el reencuentro con su identidad perdida a partir de la falsa "Liberación" de 1945.
Para definir el idioma universal de Cervantes utilizaremos el término "castellano" y no el corriente "español", dada la enorme confusión que ha provocado el Estado español llamado "de las autonomías", al declarar oficiales nada menos que a cuatro lenguas (con una quinta en camino), la mayoría de las cuales no excede el ámbito puramente comarcal dentro de la pequeña península ibérica. Por ello hemos decidido editar este trabajo bajo el signo del bilingüismo árabe-castellano. O castellano-árabe. Por varios motivos.
En primer lugar, por el enorme peso de una relación histórica. Al-Ándalus, visto en perspectiva, fue tal vez la realización más luminosa de una civilización, la de la raza árabe; y de una cultura, la que expresa la religión musulmana. Al-Ándalus fue una providencial confluencia entre dos y no entre tres civilizaciones. La "cultura judía", tanto en la España visigoda como en la España musulmana, siempre fue una cultura subsidiaria, ya que siempre se expresó sólo a través de dos lenguas, la castellana y la árabe.
En segundo lugar, por la enorme potencia demográfica y cultural que encierra la suma de ambas lenguas y, en consecuencia, por el gran poder político potencial internacional que ello presupone. Esta confluencia lingüística abarca a más de mil millones de personas. Prácticamente todas ubicadas en áreas excluidas y sometidas dentro del llamado "nuevo orden mundial". La suma de recursos que poseen ambas regiones incluyen a todos los factores que hacen al poder internacional en los tiempos actuales y futuros, entre otros: petróleo, mano de obra altamente cualificada, alimentos, poetas, minerales, ingenieros y pensadores.
En tercer lugar, porque la experiencia indica que es tan importante desarrollar la problemática árabe-musulmana en Occidente como presentar ante el mundo árabe-musulmán el pensamiento existente en Occidente sobre ellos mismos. Este es un punto clave dentro de una determinada concepción de una militancia por la causa de los humillados plenamente asumida. Desde el punto de vista geopolítico entendemos por espacio árabe-musulmán no sólo el llamado "mundo árabe" sino además sus dos zonas contiguas más importantes: Irán y Turquía. Los núcleos contemporáneos de los dos antiguos imperios, el persa y el otomano, son elementos estratégicamente indisociables de la cultura musulmana y del mundo árabe propiamente dicho.
Finalmente, por la importancia política que tiene el proyecto de repotenciar a las corrientes inmigratorias árabes en Iberoamérica. Esas comunidades instaladas en el nuevo mundo son muy importantes en su aspecto cuantitativo, pero carecen de la potencia que les otorgaría encontrar una "conciencia de sí", aún inexistente.
Ambas lenguas se desarrollaron, desde el triunfo de la "modernidad", de espaldas una respecto de la otra, y ambas de forma marginal respecto del centro anglo. Lo que facilitó la hegemonía de terceras lenguas y de otros "dioses", que hoy son las lenguas y los falsos dioses del Imperio, es decir, de la arrogancia "judeo-cristiana" (culto al "monoteísmo de mercado", como diría Roger Garaudy).
Madrid, marzo de 1998
Notas de la Introducción
1.-El estallido del "escándalo sexual" del presidente Clinton (enero de 1998) fue una operación jamás intentada, hasta ese momento, por el lobby judío norteamericano y la Inteligencia israelí. Es muy difícil dudar sobre la función cumplida por la señorita Mónica Lewinsky. Fue una repetición casi exacta del caso Ellen Romisch, una de las ex amantes del presidente Kennedy, que trabajaba para el servicio de inteligencia de la ex Alemania Oriental. Para tapar el escándalo Romisch, el entonces fiscal general Robert Kennedy se encargó de sacarla del país lo más rápido que pudo, mientras el director del FBI Edgard Hoover advertía en el Congreso: "Que nadie investigue el caso porque de otra manera vamos a arrastrar a muchos en la caída". En esos tiempos el Congreso adoptó una actitud de prudencia. La misma actitud prudente adoptó el Congreso, uno de los centros de gravedad del lobby, con el caso Lewinsky. Mónica Lewinsky es hija de una importante familia judía conservadora norteamericana. A diferencia de Ellen Romisch es una persona con arraigo en el establishment norteamericano. Desde un punto de vista lógico existe una alta posibilidad que la Lewinsky haya actuado por cuenta de la Inteligencia israelí, según denunció casi unánimemente la prensa árabe durante el tiempo de los sucesos. Clinton quedó como un rehén de la Inteligencia israelí, luego de 32 encuentros amorosos con la Lewinsky. La celeridad con que se decide el ataque a Irak, finalmente frustrado por un sistema internacional que se aleja del "unipolarismo", justo en el momento en que la posición israelí era más débil de cara a Occidente, no encuentra ninguna otra explicación racional: el presidente es obligado a dar luz verde a una decisión previamente adoptada por el lobby, en un momento en que el Estado de Israel carecía en absoluto de justificaciones respecto de su dramático "incumplimiento" de los Acuerdos de Oslo. Cuando la política judía resultaba absolutamente injustificable ante la llamada "opinión pública occidental", aparecen como por arte de magia las "armas de destrucción masiva" de Saddam Hussein. Una falsificación y sustitución de la realidad, la anteúltima. Una vez más, Israel estaba en "peligro de muerte", se volvió a insinuar. La religión del "Holocausto" sepultó los hechos y la realidad fue nuevamente sustituida por un Mito. Ya no cabe duda sobre quien manda en Washington. Estamos simplemente ante el gobierno del mundo.
El 29 de enero de 1998, el mismo día de la llegada de Netanyahu a la capital imperial, el corresponsal de Liberation (uno de los órganos del lobby judío-francés) en Washington escribe: "La tensión es tal que ahora la cuestión consiste en saber si la antipatía de la administración Clinton por Netanyahu va a ser más fuerte que su sostén a Israel". Sin duda esa era la pregunta capital en aquellos días. Pero ya existe respuesta. El apoyo a Israel continúa, a pesar de todo. Antes de la visita Clinton había dicho: "Yo no puedo seguir trabajando con ese tipo" (Fuente: US News & World Reporter). La misma publicación afirmó que la señora Albright confiesa ante sus colaboradores más inmediatos que ya está "excedida" por las maniobras dilatorias de Netanyahu: "Este hombre me ha humillado al ignorar mis llamados para poner fin a su política de asentamientos". En definitiva había un clima de alta tensión entre los dos gobiernos aliados. Y la misma situación era visible en la Unión Europea: el llamado "Plan de Paz" se había convertido, oficialmente, en una gran frustración.
2. Cipayo, del persa sipahi, soldado indio al servicio de una potencia europea (Diccionario de la Lengua Española, Real Academia).
3. El Islam como "terrorismo genético", ver André Glucksmann, en el Epílogo de este mismo libro.
4. Sólo han transcurrido 50 años desde la fundación de la mortal "contradicción original", es decir, del Estado de Israel. Hasta el mes de marzo, la comisión de la Knesset constituida para organizar los actos festivos (imaginados solemnes) previstos para el 14 de mayo de 1998, no había podido aún presentar un programa coherente. No está asegurada siquiera su financiación. Esta vez sí hay acuerdo entre los dos extremos del arco político-religioso: "No se puede obligar a la gente a que estén alegres cuando son desdichados", dijo el diputado laborista Nissim Zwili. "La nación no está para fiestas", señaló, por su parte, el parlamentario ultraortodoxo David Tal. Diputados de la Knesset -dice Der Spiegel en su edición del 29 de diciembre de 1997 (p.113)- han solicitado recientemente suspender los actos festivos previstos para el 14 de mayo próximo. El comité constituido expresamente para la organización de los festejos, no ha podido presentar todavía ningún programa; incluso la financiación del aniversario -cuya celebración se había pensado festejar, en un principio, con toda pompa- no está asegurada. La falta de ánimo de los israelíes refleja la profunda crisis en que se encuentra el Estado sionista. Der Spiegel concluye: "El proceso de paz divide al pueblo, y las disputas entre judíos religiosos y laicos ya hace tiempo que se han convertido en una guerra cultural."
5. Ze'ev Schiff, Las innovaciones en la Ley del Shin Bet, Haaretz, Edición en inglés, 23 de enero de 1998.
6. El mismo diario escribió sobre el tema de los interrogatorios en su edición del 14 de enero. El precio de la moral, por Amira Hass. Los nueve jueces de la Corte Suprema de Justicia tienen que atender un tema muy espinoso. Se trata de la petición realizada por los abogados de los detenidos Abed Al-Rahman Ghanimat y Fuhad Koran para que la Corte ordene al Servicio Secreto Shin Beth dejar de torturar a los dos detenidos; textualmente: "dejar de aplicar presión física y emocional". Los jueces no pueden limitarse a definir su postura sobre cuáles de los argumentos tienen más peso: los de los abogados de los demandantes (Leah Tsemel y Allegra Pacheco) o las demandas de la parte contraria, el representante (anónimo) de Shin Beth y el representante del Estado (Shai Nitzan). Qué duda cabe que las repetidas advertencias hechas a lo largo de la semana pasada por las autoridades de Seguridad en relación con la posibilidad de inminentes atentados terroristas pueden influir en la decisión de los jueces de la Corte Suprema. Los jueces deben pronunciarse sobre si la situación de los demandantes -que llevan días atados a una silla obligados a escuchar música estrepitosa, sin que se les permita dormir ni siquiera durante unas pocas horas, y con la cabeza tapada con una bolsa- supone tortura o forma sólo parte del "período de espera antes del interrogatorio". El ambiente en la Corte es de temor y angustia ante la previsible reacción del público. Se supone que los nueve jueces habrán leído el artículo de Daniel Statman "La cuestión de lo absolutamente moral en la prohibición de la tortura" (publicado en julio de 1997 en la revista "Ley y Gobierno", editada por la Facultad de Derecho de la Universidad de Haifa). Este artículo, escrito por un profesor de filosofía de la Universidad de Bar-Ilan, no se puede considerar "meramente de interés académico", ya que aporta argumentos que no se pueden resumir en unas pocas frases. El autor del artículo comienza con una "apología": su discurso filosófico no pretende negar que la tortura es "algo moralmente abominable", ni tampoco pretende presentar argumentos en contra de la condena incondicional de cualquier forma de tortura. Sin embargo, el artículo es de vital importancia, desde el punto de vista de su autor, por la afirmación de que "por lo menos en determinados casos, la tortura es moralmente admisible". Statman distingue entre "tortura de terroristas" que se realiza con el objeto de "amedrentar a los miembros del grupo al que pertenece el individuo que está siendo interrogado", y "tortura interrogativa" que tiene por finalidad "causar dolor físico o emocional para extraer información del individuo que está siendo interrogado". Sin embargo, el artículo de Statman no da una solución directamente aplicable a la situación concreta de los dos detenidos (como antes se ha descrito) y si esta situación supone una tortura o, como pretende el representante del Shin Beth ante la Corte, sólo se considera "un período de espera antes del interrogatorio". Lo que sí ofrece, es una respuesta indirecta: está prohibido afirmar, dice el autor categóricamente, que "el causar grave dolor a un individuo que está siendo interrogado, no puede considerarse como tortura". Statman ofrece otro criterio indirecto a los jueces de la Corte Suprema: "¿Qué otro término que no sea el de 'tortura' puede aplicarse a una forma similar de 'espera' (entre varias sesiones de un interrogatorio), si la persona que está 'esperando' es judío y se encuentra en situación de interrogatorio en otro país?" (...) El profesor Statman recuerda las palabras de Maquiavelo "es raro encontrar a una buena persona dispuesta a usar medios malignos, incluso si estos medios son necesarios desde el punto de vista moral. Si esta hipótesis es correcta", continúa Statman, "nos encontramos ante una paradoja: desde el punto de vista moral, se nos está permitido, en principio, usar la tortura con el fin de obtener una información de vital importancia; no obstante, dada la realidad en que vivimos y dada la naturaleza de las personas que están comprometidas en estas actividades, es casi seguro que la tortura sobrepasará siempre lo moralmente permitido y, por tanto, no existe ninguna justificación para la tortura". Resumiendo, Statman apunta que, durante muchos años, los representantes del Shin Beth solían mentir a los tribunales en relación con el uso de fuerza para conseguir información. Los individuos que mentían lo hacían porque pensaban que mentir era su deber patriótico y porque estaban honestamente convencidos de que "no tenían otra opción". Sin embargo, Statman subraya que "el precio moral y social de una política de mentiras es demasiado alto... se necesita un cambio también con respecto a los medios de presión y tortura aplicada a cientos y miles de detenidos palestinos... el precio moral y social de esta política de violencia es demasiado alto..."